Antes de leer esta entrada, hay que preguntarse: ¿Qué o quién determina nuestra historia? ¿Es lo que sabemos de la historia la verdad o es una historia creada por una ideología? Esta es la cuestión que se plantea Ranajit Guha en su artículo The Small Voice of Historia (1993). El autor pregunta “But who is it that nominates these for history in the first place? For some discrimination is quite clearly at work here – some unspecified values and unstated criteria – to decide why any particular event or deed should be regarded as historic and not others. Who decides, and according to what values and what criteria? If these questions are pressed far enough, it should be obvious that in most cases the nominating authority is none other than an ideology for which the life of the state is all there is to history” (1). Guha afirma que es el gobierno y la ideología que promueve la historia de la sociedad. Ya que la ideología domina la historia, tenemos el estado que establece los criterios de la histórica, y eso se llama “el estatismo” (Guha 1).
Debido al hecho que la historia es escogida por el estado, existe la discriminación hacia los eventos que no están incluidos para formar parte de la historia. De ahí, viene la marginalización de algunos grupos a través la historia. Estas voces pequeñas rara vez tienen la oportunidad de compartir sus historias. Por ejemplo, como hemos visto en el testimonio de Rigoberta Menchú en su libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me conoció la conciencia (1982) ella usa los testimonios de lo que ella y su familia experimentaban en la finca y las relaciones entre ellos y los terratenientes. El maltrato de los otros indígenas (como Rigoberta y su familia) es impactante porque la respeta de la vida humana no existía. Los ejemplos que proporciona a nosotros, como la muerte de su hermano y su madre, es imposible para nosotros para entender realmente lo que ha sucedido en Guatemala con Rigoberta, su familia y las familias de mucho de los indígenas. Aunque si Rigoberta ha construido algunas historias o ella ha agregado algo a las historias para que sean más fuertes, la cosa más importante es que estos eventos han ocurrido y por sus historias vemos la tragedia. No creo que sea importante si ella estaba o no estaba porque la historia que ella nos cuenta no sola es la historia de ella, es la historia de otros. Por eso, ella se convierte en una apoderada para los mayas, un grupo marginado por la sociedad, un grupo de “voces pequeñas.”
Gracias a su historia podía hacerme una idea del maltrato y la violación de los derechos humanos que los mayas experimentaban. Sin embargo, después de leer su testimonio, había algunas cuestiones que sacaron a colación. Por ejemplo, David Stoll ha puesto en duda la credibilidad de Rigoberta Menchú. Stoll dice que su testimonio tiene una agenda política para justificar la violencia militar por la izquierda no sólo en Guatemala sino por los lectores por todas partes del mundo. Hasta un cierto punto estoy de acuerdo con Stoll, porque no hay evidencia que existe decir que ha dado testimonio de todas las historias que ha contado dentro de su texto. Sin embargo, no diría que esto le desacredita a Rigoberta Menchú. No dudo que los eventos que describe son mentiras, porque son historias del pueblo indígena que ella quería usar para añadir un sentido de importancia y consistencia. Esas personas no podían compartir sus historias, y por eso las incluyó en su testimonio.
En el libro Insensatez (2004) de Horacio Castellanos Moya vemos a un narrador que ha aceptado editar la versión final de un informe que consigna el genocidio padecido por los pueblos indígenas de un país centroamericano. Así, instalado en una exigua habitación del arzobispado de la ciudad, el protagonista se enfrenta a más de mil cuartillas que reproducen denuncias de supervivientes y testigos. Atisba entonces un horror que lo fascina y abruma, pues en los textos que va leyendo encuentra metáforas, giros y dislocaciones de lenguaje que recrean vívidamente, masacres y actos de crueldad que, de otro modo, serían inexpresables. Moya hace las atrocidades aparecen vívidamente. Un ejemplo que Moya describe en su libro es cuando explica que, “…A puro palo y cuchillo mataron a esos doce hombres de los que se habla allí…agarraron a Diego Nap López y agarraron un cuchillo que cada patrullero tenía que tomar dándole un filazo o cortándole un poquito-…” (38). Este ejemplo horroroso es solo uno que está en el libro, pero es una representación clara del insensatez que el narrador hay que enfrentar mientras él analiza los testimonios de los marginados.
Al final, Moya escribe una historia de un hombre quien necesita editar una versión final de los testimonios dado por la gente que han experimentado las violaciones humanas en Guatemala. En esta posición, el narrador tiene el poder de crear la historia. Como en el caso de Rigoberta Menchú, quien le dio su testimonio a Elizabeth Burgos, es el trabajo del narrador interpretar y editar estos testimonios y decidir lo que se pone historia. Si estos intérpretes de la historia tienen la intención de hacerlo o no, están creando una nueva historia sesgada que ha sido alterada de su forma original. Esto es exactamente lo que Guha quiere decir en su artículo cuando propone la pregunta, “¿quién determina la historia?” (1).
Guha, Ranajit, and Partha Chatterjee. The small voice of history: collected essays. Ranikhet: Permanent Black ;, 2009. Print.
Moya, Horacio. Insensatez. 1a. ed Tusquets ed. Barcelona: Tusquets Editores, 2005. Print.